Euro, dólar, oro. Podríamos llamarlo de miles de formas, pero siempre volveríamos a la misma conclusión: “Sólo es oro lo que reluce”. Ya no hay talento que valga, ya no hay corazón que sienta, ya no hay ni solidaridad ni compañerismo. No queda sitio para la lealtad, la dignidad se vende al mejor postor. El amor se celebra únicamente en los aniversarios y la amistad hoy se basa en felicitaciones tras un teclado.
Los expertos dirán que esto es consecuencia del capitalismo, de la globalización. Que el mundo se basa en la oferta y la demanda, en jefes todopoderosos que luchan por su ombligo olvidando por completo su manada. Otros me dirán que “es lo que hay”, que si me gusta bien y sino, pues también. Que vivimos en un mundo donde el dinero va por delante, donde pagamos por los servicios mínimos, donde pagamos incluso por aparcar en la calle. Un mundo en el que el dinero da la felicidad, en el que el éxito es sinónimo de renta, en el que la filosofía de dar sin pedir nada a cambio se ha convertido en gastar y no pedir el cambio.
Lo vemos en los deportes, en la política, en la educación y la sanidad. Lo vemos incluso en la clase obrera, donde es necesario gastar para dejar de ser un cualquiera. Vemos interés incluso en los más pequeños, donde los niños se acercan al papá con más dinero en el monedero. Vivimos en un mundo donde las relaciones nacen de la estafa, al confiar en que un amigo lo es por quienes somos y no por lo que tenemos.
En fin, yo no entiendo ni de economía, ni de política, ni de derecho. Yo soy más de la química que tenemos debajo del pecho. Abogo por el corazón, y éste me dice que lo que hoy entendemos como capitalismo nos ha conducido a la deshumanización.
Y el que no me crea, que se siente a observar un par de minutos lo que le rodea. Verá como ya no hay sonrisas paseando por la calle, ahora hay prisas en gentes que han olvidado los detalles. Verá que somos almas en pena que viven al ritmo que marcan las grandes empresas. Que ya no se educa para ser un ciudadano ejemplar, sino para en un futuro poder, a lo grande, cotizar. Verá que, al fin y al cabo, solo se le está permitido vivir al que más tiene, dejando al pobre en un lugar donde siempre se pierde.
Y espero que nadie me malinterprete. No estoy hablando de comunismo ni de volver al trueque. Solo quiero exaltar la idea que, como civilización, puede que nos condene. Porque, en mi opinión, el dinero no es el problema, es el uso que le damos y el poder que dejamos que, en nosotros, tenga.
Mientras tanto, seguiremos especulando con nuestras vidas. Continuaremos enseñando como de grande la tenemos. Viviremos siempre pendientes de lo que sube la cuenta. Olvidaremos lo verdaderamente importante, seguir luchando por lo que en nuestro pecho late.