Hablemos de primeros amores, de aquellos que dejan huella por cada rincón, que echan raíces y que inundan cada recoveco de nuestro corazón. Hablemos de amores que duran toda la vida aunque en el futuro, solo en nuestro pasado vivan.
En mi caso, llegó, se quedó y aún sigue presente en mi alrededor. No recuerdo quien me lo presentó, no recuerdo si fue mi abuelo, mi padre, mi madre o algún amigo, pero sí que recuerdo que, con más brillo que el propio sol, mi vida iluminó.
Con él aprendí a andar y a correr, aprendí a saltar y a bailar. Aprendí a reír y a soñar. Con él he recorrido el mundo mil veces, he descubierto lugares que nunca visitaré. Gracias a él he vivido veladas que nunca olvidaré y he llorado como un niño cuando creía ser ya un hombre. Junto a él he crecido y de él nunca me voy a separar. Junto a él he conocido a amigos y, en la actualidad, puedo ver a mi hermano volar.
Juntos, hemos aprendido a bailar sobre el césped y a luchar sobre el cemento y la tierra. Hemos aprendido que los valores son los que definen a las personas y que, en la vida, los resultados no valen de nada, solo importa las ganas y el corazón que pongas. Hemos aprendido el significado del respeto, la importancia de la solidaridad, el poder de la deportividad.
Y hoy sé que a un amor de esta envergadura solo se puede tratar de una manera. Solo se puede tratar con la protección de un padre, la devoción de un abuelo y el cariño de una madre. Y por ello, las noticias que están sucediendo, cada vez con mayor reiteración, aquellas en las que mi gran amor es violado, desquebrajado y ultrajado, han acabado rompiéndome el corazón. Ya que el fútbol es lo que de pequeño mamé y no lo que vende la televisión.
Porque del fútbol aprendí que lo que pasa en el campo, se queda en el campo. Que el terreno de juego es donde viven los sueños y que cuando las piernas flaquean el corazón aún bombea. Del futbol aprendí que no hay rival superior hasta que tú mismo te demuestres lo contrario. Y que cuando un contrario se cae, hay que levantarlo, ya que, como todos, lo único que quiere es volver feliz al vestuario.
El fútbol nos ha enseñado que la humildad de un muchacho de Fuentealbilla puede reescribir la historia de un país, y a nuestra estrella me remito. Que no hay un escudo por excelencia, ya que un gol por la escuadra es admirable, seas del equipo que seas. Los amantes del cuero lo entenderán, cuando se trata de fútbol real, de amor verdadero, todos somos familia.
Porque este deporte no es más que un sentimiento de unión. Un tributo a aquellos ingleses que decidieron convertir, lo que hasta entonces eran patadas sin control, en una revolución que no entiende de fronteras, ni de ideologías. Porque el fútbol es una pasión que saca brillo a nuestros ojos, es la única religión practicada por todos sus creyentes, es un inevitable antojo cuando en verano desaparece.
Y por mucho que mis sueños y aspiraciones me llevasen hace tiempo hacia la frustración, por mucho que, en este deporte, cobren más fuerza la gente sin educación. Yo sé lo que es el fútbol, sé que se vive y se compite y nunca lo maltrataría.
Porque el fútbol no es solo un deporte, es el amor de mi vida.