Os deseo Feliz Navidad. De verdad, de corazón. Deseo que mañana por la noche el calor de vuestra gente sea mayor que el de la calefacción. Deseo que vuestras mesas estén repletas de suculentos platos, que el volumen de la televisión se pierda entre villancicos. Deseo que en vuestras mentes bailen los recuerdos al son de aquellos que ya se han ido, que ya no están, de aquellos que un día la vida les obligó a descansar para toda la eternidad.
Deseo que, a la hora del postre, el amor sea la guinda del pastel, que los abrazos vuelen por el salón, que las sonrisas brillen sin preguntar el por qué. Espero que, por un día, los teléfonos móviles aguarden hasta el colofón final, que le volvamos a dar la importancia que se merece a aquellos actos desinteresados propios de la humanidad, que los besos y las caricias sean lo único que se haga viral.
Deseo también, que tengáis vuestro mal trago. Aquel que, año tras año, la nostalgia nos invita a beber. Que echéis de menos aquello que ya no tenéis, que añoréis la vida que antes decíais tener. Sí, deseo que tengáis un mal momento mañana por la noche. Unos añoraremos ser ese alguien para otro alguien y viceversa. Otros devolveremos por un instante la vida a aquellos que hoy no son más que brillantes estrellas. Habrá sillas sin ocupar, rostros que echaremos a faltar. Pero, dicen, que para ello existe la Navidad. Y la Navidad, además de ser una fiesta donde tragar, beber y gastar, también es momento de recordar lo perdido. De rememorar momentos que hoy son recuerdos. Esto es lo que de verdad nos hacer estar vivos.
Y en estas fechas son dos las formas de las que se viste la nostalgia. La primera de ellas es aquella contra la que no se puede luchar, aquella que fue sentencia vital, aquella que nos arrebató a un ser querido condenándonos a una pena injusta, una pena que en nuestro corazón crece sin parecer tener final. En este caso, la batalla está perdida, pero solo nosotros somos los responsables de perder también la guerra, solo nosotros podemos dejar de darle cuerda a nuestra mente, dejar de, a base de recuerdos, devolverle a nuestros seres queridos la vida por un instante. Y por ello, mañana hay que brindar por lo más alto, hay que levantar las copas hasta el punto de que el champagne les llegue también a ellos. Hay que recordar nuestro pasado, aquellas relaciones y sentimientos que ellos nos han dejado como legado.
Y la segunda, la segunda es la que me enerva, es la razón por la que estoy de nuevo aquí. La segunda es aquella que viste de rencor y desapego. Que no entiende de recuerdos, que no entiende de sangre. Es aquella que hace de dos personas antes unidas, dos desconocidos. Aquella que corrompe nuestro ser hasta el punto de no recordar de dónde venimos. Pero ésta, ésta sí que es una batalla que vale la pena librar, ésta sí que es una oportunidad de volverse a reconciliar.
Es más simple de los que os estáis imaginando. Es simplemente cuestión de valentía, cuestión de amor. Es una decisión que puede cambiaros la vida o ponerla patas arriba. Pero sea como sea, hay que ser fiel al dictamen de nuestro corazó.
Por ello hoy mando un mensaje a padres y madres, novios y novias, a tios y tias, y a todos los demás que se consideren miembros de una familia. Tenéis en vuestras manos la joya más codiciada que este planeta ha conocido, un lugar en el mundo donde siempre seréis queridos. Dejaos de gilipolleces y actuad, estáis a tiempos de pedir perdón y perdonar. De reflexionar sobre vuestros errores, coger el telefono y llamar. Una simple llamada puede haceros recuperar esa felicidad que un día perdistéis, esa pieza que falta en vuestro puzzle, aquello que os hará morir siendo verdaderamente felices.